Tras las puertas.
29.12.2012 01:48
Una suave brisa acariciaba la cara de Eva mientras su pelo ondeaba al viento. Había sido un largo día. Los últimos rayos de sol amenazaban con desaparecer y sumir el mundo en la oscuridad temporal de la noche. Hasta la llegada del nuevo día. Sin embargo, Eva sabía que quizás no hubiese un nuevo día para ella.
Mientras corría mirando ocasionalmente hacia atrás se preguntó si quedaría algún lugar en el mundo donde no peligrase la vida.
─Seguramente no ─pensó─. Y si existiese, ─puntualizó─ Nunca llegaré a él.
A su lado y de la mano, corría el hombre de su vida. Se llamaba Raúl. Se habían conocido apenas unas semanas antes, pero después de que sucediese aquella horrible tragedia que lo había complicado tanto todo.
─Tanto tiempo buscando el amor y al final moriré antes de haberlo disfrutado ─pensó con tristeza─.
En su mente solo existían dos cosas. Sobrevivir, y que sobreviva Raúl. Lo segundo mucho más importante que lo primero.
─Si no hubiese conocido a Raúl me hubiese quitado la vida hace tiempo ─se percató─. El es todo lo que tengo y lo único que me ata a este mundo de locos.
Unos gruñidos desgarradores interrumpieron sus pensamientos e hicieron que volviese a la realidad.
─Corre Eva, cada vez son más y está a punto de caer la noche ─gritó a su lado Raúl─. Tenemos que encontrar refugio o estaremos perdidos.
A sus espaldas los gruñidos cada vez eran más numerosos y cercanos. Eva apretó con fuerza la mano de Raúl mientras trataba de seguirle el ritmo.
Los graznidos eran cada vez más frecuentes y feroces, como si con cada paso vieran más inminente la caída de sus presas.
Llevaban mucho corriendo y Eva ya no podía más, notaba como le faltaban las fuerzas y sus piernas amenazaban con ceder ante tanta presión. Sentía los pulmones a punto de estallar. Raúl se percató de ello y casualmente encontró la solución.
─Allí ─gritó─. Rápido.
Eva obedeció. No muy lejos había un pequeño granero. Ella supo rápidamente que ese era el lugar al cual se refería Raúl, pues con un poco de suerte apenas tendrían un par de puertas que cubrir.
Haciendo acopio de sus últimas fuerzas siguió corriendo. A sus espalas, los gritos la animaban a no ceder, o más bien la obligaban, pues sabía perfectamente lo que sucedería si la atrapaban.
Finalmente, entre prisas, llegaron al granero. Eva se dejó caer en el suelo agotada mientras Raúl cerraba el portón y lo aseguraba. Notaba el corazón a punto de salírsele del pecho. Pensó que ahora tocaba un merecido descanso, pero ahí afuera los gruñidos le recordaban que despreocuparse no era una buena opción. Los golpes en el portón retumbaban en todo el granero, erizándole el vello de la piel. Estremecida, trató de hacer oídos sordos.
Raúl estuvo un buen rato considerando la capacidad resistente del portón, una vez estuvo medianamente satisfecho, o tal vez resignado, se tumbó a su lado.
Eva contempló fijamente su rostro, y un vuelco en el corazón le recordó que aquel chico le había robado el corazón, dejándola perdidamente enamorada. Aún en esas circunstancias aquello pudo robarle una pequeña sonrisa.
─Daría la vida por el si fuese necesario ─pensó con un nudo en el pecho─, y sé que el haría lo mismo por mí.
Odiaba lo que la vida les había hecho. Condenarlos por el resto de sus días a estar tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Con un ojo puesto siempre en salvar el pellejo era imposible disfrutar, ni del amor, ni de la vida.
─Solo quiero intimidad con él ─pensó con tristeza─. Lo daría todo por una tarde en el cine a su lado, o en su cama ─pensó ruborizándose─.
A su lado, Raúl se incorporó. Agarrándola de la mano la atrajo hacia sí y la abrazó. Ella no pudo aguantar más, explotó en llantos. Demasiada tensión durante muy poco tiempo. El destino quiso que vivieran más momentos traumáticos de los que por derecho les correspondían.
─Eso es, desahógate ─dijo él con voz tranquila─. Yo estoy contigo, y no te voy a dejar.
Asi estuvieron un buen rato. Ella llorando en sus brazos mientras el la acariciaba con infinita dulzura.
Cuando la notó más tranquila la separo de sí y, sorprendiéndola, la besó. La besó con aquella dulzura y ese amor que solo él sabía darle. Por un momento el mundo dejó de girar. Ya no existía ningún granero, golpes ni gruñidos. Solo existía aquél beso que ambos saborearon como si fuese el primero, como si fuese el último.
Finalmente se separaron. Se miraron con la vergüenza en los ojos y al mismo tiempo con la complicidad del amor. Ambos sabían que nunca se separarían. Si vivían, vivirían juntos. Si morían, sería el uno al lado del otro. Nada podría separarlos. Nunca.
De repente, un estruendoso crujido los alarmó a ambos.
─ ¡El portón! ─gritaron al unísono─.
Rápidamente se levantaron y fueron a la enorme puerta.
─La madera esta ligeramente quebrada ─dijo Eva─.
─Puede que ya estuviese en mal estado ─dijo Raúl─. No está preparada para aguantar tanta presión, Ahí afuera deben de haber decenas de ellos.
Efectivamente, podían oírlos ahí afuera. Cada vez eran más, y el portón no parecía que pudiese contenerlos mucho más.
Eva trató de observar el exterior por una rendija. Súbitamente se quedo muda. Raúl observo como retrocedía pálida.
─ ¿Cuánto crees que podrá resistir el portón? ─preguntó temiendo la respuesta─.
─No más de unos minutos ─estimó Raúl─. Solo nos queda esperar lo inevitable.
─Quizás encontremos una Sali… ─trató de decir ella─.
─No ─la interrumpió el─. Ya busqué y no hay nada. Este es el final, aceptémoslo. Ya hemos sufrido demasiado. Demasiado tiempo huyendo. Demasiado tiempo sin poder dormir bien. Demasiado tiempo con un ojo siempre abierto. Creo que nos merecemos descansar.
Eva asintió mientras se sentaba contra la pared.
─Es mejor así, créeme ─continuó el─. Mejor que nos pille advertidos que por sorpresa. Tenemos tiempo de despedirnos. Aunque, quien sabe, si existe un más allá quizás no tardemos mucho en volver a vernos ─dijo con una amarga sonrisa─.
Como respuesta, Eva le hizo un gesto para que se acercara, y Raúl obedeció. Se sentó a su lado y le dijo al oído unas palabras reconfortantes. Le dijo que todo iba a salir bien, que pasara lo que pasase se tenían el uno al otro y eso era lo que importaba.
Eva apoyó la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos. Raúl le pasó el brazo por encima y le dio un beso en el pelo con mucha ternura.
─Te amo, Raúl… ─le dijo ella─.
─Y yo a ti, pequeña. Y yo a ti… ─contestó el─.
Y así, como esperando estas palabras de despedida, finalmente el portón cedió violentamente permitiéndole el paso a la maldad. Una maldad insaciable.