La cara oculta de la lluvia.
22.12.2012 23:23
La mano de María agarraba el bolígrafo con fuerza. Debajo de esta reposaba el cuadernillo de matemáticas con los deberes que la señorita Carmen les había mandado esa misma mañana. Llevaba al menos una hora en la misma página. A pesar de que tenía la mirada puesta sobre esta, los ojos de María no veían. No, la mente de María estaba en otra parte, exactamente dos habitaciones al lado, en donde sus padres discutían acaloradamente, una vez más.
Así era imposible concentrarse. Sin embargo, lo que María temía no era no poder acabar los deberes. No, ella tenía miedo de lo que vendría después. Una vez acabase aquella tremenda discusión entre sus dos progenitores vendría lo peor, y lo peor es que Madre vendría a desahogarse con ella.
─No era la primera vez que pasaba ─pensó ─. Padre discutía con Madre, y Madre, frustrada, venía hasta mí con cualquier excusa para pegarme.
María era una joven de tez pálida, que contrastaba con los moretones que a menudo surcaban su cara. De estatura media, una larga y lisa melena rubia le colgaba a la espalda. Bajo sus párpados, unos ojos claros que escondían una infinita oscuridad fruto de tanto sufrimiento aguantado. En resumidas cuentas, una belleza que cautivaría el corazón de cualquier mozo, si en otras circunstancias se encontrase. Sin embargo, el azar quiso que su vida estuviese a merced de unas manos que nunca fueron las suyas, unas manos que la castigaban por cualquier razón, unas manos a las que ella temía profundamente.
María soltó el boli, se tumbó en la cama mientras observaba el techo con la mirada perdida. En su cabeza, trataba de mentalizarse para lo que le esperaba. Al otro lado de la puerta los gritos iban en aumento, de un momento a otro llegaría su desgracia. Aquello era su día a día, su drama personal, sin embargo, no acababa de acostumbrarse a ello.
Ella había oído de otros casos, de palizas que habían ido a peor hasta que finalmente concluían en un dramático “accidente”.
─Mi final está cerca ─Pensó con tristeza─. Moriré antes de haber vivido. Supongo que no todas las personas nacen que suerte.
En su cabeza sus pensamientos revivieron similares vivencias pasadas. Una lágrima rodó por su mejilla mientras se daba cuenta de lo cansada que estaba, cansada de sufrir.
─Quizás morir sea la mejor salida ─se dijo a sí misma─.
Repentinamente los gritos cesaron.
─Aquí llega ─murmuró resignada─.
Unos pasos se fueron aproximando hasta irrumpir con estruendo en su habitación, interrumpiendo sus pensamientos y haciendo realidad sus peores presagios. Era su madre. Tenía la cara descompuesta y roja de ira.
─Ven aquí ─gritó mientras le agarraba el pelo con violencia y la jalaba fuera de la cama─.
Sin mediar más palabra la arrojó al suelo y la golpeó sin piedad. Aquella paliza fue sin duda la peor. En su boca se mezclaba el amargo sabor de la sangre con el salado de sus lágrimas mientras ella no podía hacer más que sollozar con fuerza.
No hablaba, no suplicaba, ni siquiera se quejaba ─ ¿Para qué? ─Se dijo─. No serviría de nada. El odio acumulado en esa mujer era muy grande, y necesita volcarlo sobre mí.
María notaba como cada golpe se llevaba parte de la escaza cordura que le quedaba mientras sus ganas de vivir se desvanecían lentamente. Una vez dada por satisfecha, su madre se fue entre resoplidos. La habitación quedó sumida en un profundo silencio solamente interrumpido por los sollozos de una destrozada María que no se movía del piso, donde su madre la había dejado.
─ ¿Por qué tengo que sufrir así?, ─pensó─, ¿por qué no puedo vivir una vida normal y ser feliz? No quiero que me vuelvan a pegar, no quiero volver a sufrir, no quiero volver a llorar.
Armándose con las pocas fuerzas que le quedaban se levantó y salió corriendo de aquella casa maldita. Abrió la puerta, salió, y ni se preocupó de cerrarla. No pensaba volver, aunque aquél día fuese el último.
Allí afuera el viento soplaba con fuerza, y la lluvia caía ferozmente borrando sus lágrimas.
─El cielo también está llorando, ─pensó, y aquello la reconfortó extrañamente─.
Dando grandes zancadas se internó en un bosque que se encontraba detrás de su casa. No le importaba lo peligroso que resultaba entrar sola, y mucho menos de noche. Ella solo quería alejarse de aquella casa. Estaba cansada, su ropa estaba empapada y tenía mucho frío, pero no paró. Ignorando su destrozado cuerpo continuó corriendo hasta que tropezó con una raíz que sobresalía de la tierra y cayó de bruces. Magullada y tiritando, volvió a llorar con fuerza y ahí se quedó tirada.
Entre sollozos, le pareció advertir un relincho.
─Finalmente me he vuelto loca ─pensó entre risas y lágrimas─. En este bosque no hay caballos, y mucho menos bajo este diluvio.
Sin embargo, el relincho se volvió a oír, una y otra vez, cada vez más cerca. María, extrañada, se dio la vuelta, y no dio crédito a lo que sus ojos vieron. Un hermoso corcel, con ojos avellana, pelaje precioso y de crin canela se encontraba frente a ella. María sabía que no era posible, pero lo que más le sorprendió fueron aquellos ojos. Unos ojos repletos de una infinita bondad. Una mirada que le atravesaba el alma y la miraban con un brillo e compasión. Se acercó cada vez más y puso el morro sobre su regazo.
Sin darse cuenta, todos los problemas de María se habían esfumado de repente. Ahora solo tenía ojos para ese bello caballo, del que no podía apartar la mirada. Con una mano acarició con suavidad el hocico.
─Que bello eres ─le dijo─, tu si me entiendes ¿verdad?.
El corcel soltó un relincho como respuesta.
─ ¿Has venido a salvarme? ─le dijo como si pudiese entenderle─.
El caballo levantó el hocico de su regazo y comenzó a empujarla.
─ ¿Quieres que me levante? ─trató e adivinar─. ¿Vas a llevarme a algún lado?
Aquél corcel se sentó, así que ella entendió que sí. De un salto se subió sobre su lomo intentando no caerse. Para su sorpresa, el caballo se levantó y, soltando un relincho triunfal comenzó a galopar, sin prisa pero sin pausa, a través de aquel inhóspito bosque.
─Gracias, ─le dijo María sin importarle que no pudiese entenderle─. Gracias, amigo. Ya sé que no estoy sola ─dijo con voz cansada pero aliviada─. Ya nunca más estaré sola ─Y acto seguido se quedó profundamente dormida.